Hemos caminado toda la cuaresma junto a Francisco de Asís. Estamos ya cerca de la gran  celebración de la Pascua, cumbre litúrgica que nos revela panorámicamente el admirable designio del Padre realizado por su Hijo Jesús. Junto con Francisco, vamos a contemplar y gustar, como niños sobrecogidos de admiración, las riquezas del Misterio único del amor.

Si algo caracterizó a Francisco de Asís fue su vivencia consciente de una espiritualidad pascual. Hijo de su época, había recibido de la Iglesia esa mentalidad pascual. Porque, pese a las miserias de aquella Iglesia y pese a las tentaciones que tenía de mundanizarse, había reacciones saludables que recordaban a la Iglesia su naturaleza “pascual” y su oficio de mensajera de la Pascua. Una de ellas fue la promovida por el IV Concilio de Letrán. (1215) a iniciativa de Inocencio III, quien en su discurso inaugural hizo una solemne proclamación del carácter pascual de la Iglesia:

“Con gran deseo he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de sufrir (…). Quizá me preguntéis: ¿qué pascua de seas comer con nosotros? Pascua, en hebreo, quiere decir ‘paso’. Pero hay tres pascuas que yo deseo comer con vosotros: una corporal, otra espiritual, la tercera eterna. Una pascua corporal: paso de un lugar a otro, para la liberación de la infortunada Jerusalén. Pascua espiritual: paso de un estado a otro, para la reforma de la Iglesia universal. Pascua eterna: paso de una vida a otra, para conseguir la gloria del cielo”. (PL 217)

Francisco no solamente tuvo conocimiento de este discurso inaugural sino que quedó profundamente impresionado por él. Una de las huellas de este discurso en el ánimo de Francisco fue la aceptación de la letra Tau como su firma personal y como símbolo de la vocación de sus hermanos. Efectivamente, este signo lo evocó insistentemente el papa Inocencio III en la segunda parte de su discurso cuando, citando a Ezequiel, entiende que su misión es la de hacer pasar a los cristianos a una vida más evangélica. Al adoptar este signo de la Tau para su fraternidad, Francisco quería dar a entender que hacía suyo el gran deseo del papa.
Hubo, pues, un encuentro maravilloso entre el mensaje de este IV Concilio de Letrán y el espíritu de Francisco. A partir de este momento se inicia una etapa importante en la creación de la espiritualidad pascual de san Francisco.
Ocho siglos más tarde nos reconocemos en Francisco, nos encontramos en este hermano que revivía tan espléndidamente las diferentes fases del misterio de su Señor, que se asombraba de las maravillas pascuales, que las cantaba, y que educaba a sus hermanos utilizando el lenguaje pascual de la Biblia y de la Liturgia.

 

Cf. La Pascua de San Francisco, I. Étienne, G. Hégo
Ediciones Franciscanas Arantzazu
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