Instrumentos de Paz
Francisco sueña con la caballería, los campos de batalla y las conquistas. Su ideal es hacer una brillante carrera militar. Por temperamento es un luchador, un combatiente. Francisco no es pacífico por naturaleza. Hasta el día en que una voz interior le cuestiona todo: “¿Quién te puede ayudar más, el señor o el siervo?”
Desde entonces Francisco va cambiando su itinerario. Se deja convertir, pacificar por la utopía del Evangelio de Cristo. No renuncia a ser un luchador, pero cambia de maestro, de armas y de batallas. Escucha a Jesús en el Evangelio:
“Cuando vayáis de casa en casa, decid primero paz a esta casa”.
Francisco se conmueve y desde entonces utilizará su ambición, sus capacidades, su poder sobre las gentes, todas sus energías, para anunciar la paz. Querrá llevar esta paz del Evangelio de Cristo al corazón del gran conflicto de su tiempo: el enfrentamiento entre la cristiandad y el islam. No sólo invita a acoger la paz de Dios, se compromete también a construir esa paz con todos los recursos humanos posibles.
Su pacifismo no es el de un soñador, sino el de un hombre evangélicamente realista. No se contenta con desfilar con pancartas, gritando eslóganes donde nadie pone en riesgo sus privilegios adquiridos.Francisco cree en la irradiación contagiosa de los corazones pacíficos. Para él, siempre es de gran vergüenza guardar silencio cuando la paz está amenazada. ¿Se callaría hoy frente a tanta violencia? Seguro que no. La paz comienza en el corazón de quien se deja pacificar. Que cada uno de nosotros, cada religión, purifique su corazón de todo germen de mal, de todo miedo y del odio que desfiguran y deshumanizan al hombre.
Francisco comprendió que la paz es un don de Dios que sobrepasa las fronteras culturales y confesionales; que es necesario extirpar del corazón el orgullo que engendra arrogancia y desprecio; que la admiración hacia el otro ahuyenta toda forma de racismo y de fanatismo, siempre frutos del miedo; que nuestras diferencias no son una amenaza sino una fuente de enriquecimiento y no se trata de borrar las diferencias, ni de renunciar a nuestras convicciones, sino de respetarnos en esas diferencias; que no debemos hacer de nuestras creencias armas de conquista y de poder, motivos de conflicto, odio y violencia; que no hay paz sin respeto a la creación, de la que somos jardineros y no propietarios; no hay paz sin reparto y solidaridad; no hay paz sin libertad.
(Entresacado de: Michel Hubaut, Francisco de Asís. Peregrino hacia la luz.)