El Hermano Francisco
Francisco, hombre generoso, no se guarda nada para sí y menos aún su experiencia de encuentro con Dios. Empujado por el Espíritu nos revela uno de los secretos de su esperanza y de su alegría:
“ El Señor, tu Dios, está en medio de ti, héroe salvador! Él exultará de alegría a causa de ti, él rebosará en su amor; él danzará por ti con gritos de alegría” (Sof 3, 17)
Francisco no intentó probar al existencia de Dios, esa se le había manifestado a él. Lo que hizo fue manifestar a Dios en todo su ser, y buscó reconocerlo en el otro, cualesquiera que fuera su vida o su historia. Su vida espiritual es la experiencia del amor, de la belleza, de lo que es grande y justo. Su capacidad de “alegrarse por el bien de los otros como del nuestro” (Pat 5); de “saber vivir la pobreza con alegría” (Adm XXVII 3); de “alegrarse también cuando se encuentra en medio de gente despreciada, pobres y enfermos” (1R 9,2); o todavía “cuando se padecen pruebas, angustias, tribulaciones del cuerpo y del alma” (1R 17,8), le ha permitido sentir y compartir lo que el otro vive y siente. Francisco ha recibido la gracia, el don de leer en los corazones.
Francisco evangeliza de persona a persona, de corazón a corazón, de lágrimas a lágrimas, de alegría a alegría, de sufrimiento a sufrimiento, de debilidad a debilidad, etc. Francisco supo ser en Cristo el hermano atento y amante de cada persona encontrada. Mantuvo así abiertas las puertas del camino hacia la paz y del aprendizaje para todos aportando respuestas lúcidas, vivas, concretas a las cuestiones que todos nos planteamos en la vida: “¿Cómo hacer?”, “¿Cómo ser”?, “¿Cómo amar”?
Francisco ha sabido reconocer el mensaje simple de Cristo: su primera regla de vida es el Evangelio. Francisco es portador de la Palabra, él la vive, ella respira y permanece en él. Lo que nos propone Francisco es que volvamos a Cristo. No nos pide que realicemos proezas espirituales, nos propone y nos muestra cómo permanecer simples a fin de estar de acuerdo con nuestras palabras y nuestros actos, nuestras capacidades y nuestros dones, para que nuestro ejemplo tenga valor de testimonio, sabiendo que el lugar privilegiado de verificación de nuestro corazón y de nuestra fe es “el otro” y, sin duda, la caridad, el amor.
Francisco nos propone un espacio de fraternidad, de justicia, de paz, de dignidad para todos (cf. EG 180). Es un hombre “salvado”, que se comporta como “salvado” cada día y nos indica el camino de la verdadera alegría y de la felicidad.