La Pascua de san Francisco: Triduo Pascual

por | Abr 7, 2017 | Espiritualidad Franciscana, Lecturas recomendadas

Jueves Santo

… Sino que a todos sin excepción se les llame hermanos menores. Y lávense los pies los unos a los otros (cf. Jn 13,14) (1R 6, 3).

La imagen de Cristo-servidor, cumplidamente evocada en el lavatorio de los pies, nos da en verdad la clave de la existencia cristiana. En ella se condensa el mandamiento nuevo que da el Señor a sus discípulos como mandamiento suyo y como única ley para sus seguidores: Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. En contraste con el espíritu del mundo que busca el éxito, el placer, el dominio…, el cristiano debe ser una persona polarizada en la entrega de sí mismo al servicio humilde de sus hermanos; una persona  que se considere y se conduzca como el servidor de los demás en todas las circunstancias y situaciones.
Esta parece ser la herencia que Francisco quiso recoger en el apelativo de hermanos menores. Francisco ha comprendido perfectamente la importancia capital de la escena del lavatorio de los pies: ahí ve él el testamento del Señor y lo acepta humildemente para sí y para sus hermanos. ha penetrado en la interioridad del Jueves Santo y de la eucaristía y ha comprendido el significado inagotable de esa escena.
Con el nombre que ha dado Francisco a sus hermanos ha expresado todo su ideal de fidelidad a Cristo. El menor es el pequeño, el último, el que está entre los insignificantes, entre los miserables; pero al mismo tiempo esta pobreza incluye inevitablemente la idea de caridad: el menor es el servidor, el que se abaja para servir a los demás; su pobreza es la expresión de su amor. El hermano menor será para siempre el hombre del lavatorio de los pies en la tarde de la cena.
Misterio de pobreza, sí, pero en el corazón de un misterio de amor.

Viernes Santo

En el Oficio de la Pasión escrito por Francisco asistimos a la pasión de Jesús pero no desde fuera sino que la contemplamos desde un lugar privilegiado: el mismo Jesús. Es la pasión tal y como la vivió Cristo. Francisco meditaba asiduamente la Pasión esforzándose en revivir junto a Él esas horas dolorosas. Francisco vivía a Jesús uniéndose a Él a través de los acontecimientos de su propia existencia, acontecimientos que no son considerados en sí mismos sino por la marca que dejan en el corazón de Cristo. Y Francisco, llegado el día de su muerte, celebrará en ese acontecimiento el misterio de la muerte de Cristo.
La pasión se presenta esencialmente como una crisis del alma. A través de los hechos narrados por los evangelistas Francisco se adhiere a los estados del alma de Cristo. Revive, desde los gritos de angustia que llenan los salmos, el sufrimiento de Jesús que es esencialmente el de un amor desconocido, traicionado, escarnecido. El pobre que grita a Dios a los largo del Oficio de la pasión es un hombre expuesto a la hostilidad universal, asediado por todas partes, agobiado por la soledad, porque hasta sus amigos lo han abandonado; un hombre que se asombra con dolor de que a su amor desbordante se le responda con el odio. Pero este hombre que sufre es esencialmente un hombre en diálogo con Dios. Este es el terreno donde para Francisco se desarrolla el drama de la pasión y de la salvación del mundo: Cristo ante su Padre. Cristo y su Padre son los protagonistas de la pasión. Esta consiste por entero en la confianza infinita del Hijo, en sus llamadas y en su abandono. Cristo tiene total confianza en ese Dios ante quien se desarrolla este complot de la perversidad humana. Dios deja a su hijo expuesto a la prueba, el hombre-Jesús, así desamparado, no puede sino gritar a su Padre y confiarse a su cuidado.

Alcé mi voz clamando al Señor,
alcé mi voz suplicando al Señor.
Derramo mi oración en su presencia
y expongo ante él mi tribulación
Ven en mi auxilio,
Señor Dios de mi salvación. (OfP 5)

 

Pascua

Para Francisco, el drama del sufrimiento de Jesús y su oración es algo inseparable del triunfo de Cristo. El Oficio de la pasión, iniciado con lágrimas, desemboca en la luz, y será un canto de victoria y un grito de alabanza.

Me dormí y desperté
y mi Padre santísimo
me acogió en la gloria (OfP 6, 11)

Para Francisco, muerte y vida son inseparables: dos aspectos de un mismo misterio. Francisco no limita la palabra pasión del Señor a los sufrimientos, ni siquiera el Viernes Santo. No podemos recordar los dolores del señor sin celebrar al mismo tiempo su resurrección. Su devoción a Cristo crucificado no está hecha de un sentimentalismo llorón sino que es una comunión de todo su ser con el misterio de amor de Cristo que con su muerte nos da la vida.

El don de Jesucristo es la maravilla por excelencia realizada por Dios y la que arranca del corazón de Francisco, de nuestros corazones y del corazón de toda la creación un grito de admiración; la que siempre hemos de tener presente y saborear en todas sus manifestaciones.
Hondamente conmovido por este don, Francisco acepta a Cristo, le abre su vida y sigue sus huellas hasta su pasión y su muerte, hasta el extremo de la pascua, es decir, hasta la plena intimidad de Jesús con su Padre. Sabe que es la única respuesta posible, el único modo que tenemos de aceptar el don de Dios. Seguir a Cristo hasta el fin es para Francisco aprender de Él la bondad de Dios y nuestra vocación de alabanza.

Bendigamos al Señor, Dios vivo y verdadero, y restituyámosle siempre la alabanza, la gloria, el honor, la bendición y todos los bienes. Amén. amén, Hágase. Hágase. (OfP)

Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas.
ha sacrificado a su amado Hijo con su diestra
y su santo brazo.
El Señor ha dado a conocer su salvación,
ha revelado antes los pueblos su justicia.
En aquel día envió el Señor su misericordia,
y en la noche su canto.
Este es el día que hizo el Señor;
saltemos de gozo y alegrémonos en él. (OfP 9)

Cf. La Pascua de San Francisco, I. Étienne, G. Hégo
Ediciones Franciscanas Arantzazu
 

FELIZ PASCUA
¡ALELUYA! ¡ALELUYA! ¡ALELUYA!

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