Tiempo de Adviento, tiempo de esperanza.
De esperar y de esperanza nos habla, entre otros muchos temas, Suzanne Giuseppi Testut en su libro “Depositar la vida en Cristo”, que recientemente hemos publicado en nuestra editorial:
La esperanza es a veces áspera, sombría, oscura. A menudo existe una fuerte tendencia a dejar que nuestra esperanza sea minada por la duda, nuestra confianza por el escepticismo, el gusto por la vida por la indiferencia. Lo más difícil suele ser eliminar de nuestra alma la amargura que contiene. Pero el mejor remedio para la amargura es la dulzura… «Porque soy dulce y humilde de corazón…».
Esperar es recordar que somos capaces de amar y ser amados, más allá de nuestras preocupaciones, nuestra enfermedad, nuestro sufrimiento, nuestra herida o nuestra debilidad. Saber que somos capaces de ser fieles a este amor y que quien utiliza esta gracia se salva. Capaces, por tanto, aptos para poner los cimientos de nuestra esperanza.Esto no elimina las preocupaciones de la vida, pero son llevadas por este amor. Por otra parte, cambia nuestra mirada de los acontecimientos y este amor nos permite «franquear las murallas», porque la voluntad de Dios no es que evitemos los obstáculos, sino que los atravesemos. Dios está actuando a lo largo historia y es la fuente de nuestra esperanza.
Es importante ver el matiz entre «espera» y «esperanza». ¿Esperar días mejores, esperar alcanzar cierta felicidad? ¿Esperar curarse gracias a los avances médicos? Pero la esperanza humana tiene sus límites y, a menudo, sus inconvenientes, pues ¿cuántas esperanzas frustradas no han acabado en desesperación, miseria y malestar?
«La esperanza es para nosotros como ancla del alma, segura y firme» (Heb 6,19). La fuerza de la esperanza es ser fiel en las cosas pequeñas: «El que es fiel en lo poco, también en lo mucho es fiel» (Lc 16,10). La fuerza de la esperanza es reconocer nuestra propia debilidad: «Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte». (2Cor 12,10). La fuerza de la esperanza es acoger la gracia que se nos ofrece. Será hacer una alianza con Dios, es decir, aceptar su amor, su confianza y así entrar en nuestra responsabilidad y no eludirla. Mediante la obediencia, colaboramos con la gracia que se nos ofrece.Saber esperar sin forzar los acontecimientos, saber esperar con la certeza de que Dios está ahí, así es como la esperanza se acompaña a veces de una atrevida tranquilidad. Saber esperar mientras nos volvemos receptivos a lo que esta espera produce en lo más profundo de nuestro ser. Atreverse a hablar con él, para dejar- nos construir, para dejarnos revelar a nosotros mismos y crecer, para acceder a nuestra libertad como hijos de Dios. Saber esperar y finalmente decirle: «Que se haga tu voluntad» porque Dios no resiste a esta oración si es realmente una entrega de amor que brota de lo más profundo de nuestro corazón. Entonces ocurre algo, algo que lo suaviza todo, lo calma. La obra de la gracia lo iluminará todo. Así, en el corazón de la esperanza, el camino continúa y se fortalece.
Nuestra esperanza está enraizada en nuestra confianza en Dios, en su fidelidad y en la fe en sus promesas, y puede desplegarse hacia el futuro y, por su propio dinamismo, animar toda nuestra vida. Este dinamismo, fuente de vida, nos lleva a esperar más allá de toda esperanza humana. Sin embargo, esperar contra toda esperanza es una tarea difícil, pues requiere nuestro propio amor, nuestra confianza inquebrantable, que es la condición de nuestra fidelidad, y nuestra paciencia con nuestro Dios.
Está bien preparar cosas para celebrar la Navidad, pero más importante aún es que nosotros mismos nos preparemos para celebrar la Navidad.
Si te ha gustado esta reflexión de Suzanne, no dudes en regalarte y regalar a otras personas el libro Depositar la vida en Cristo” (Ediciones Franciscanas Arantzazu, 2022).
Un libro franciscano, un libro con corazón, fruto de un largo caminar personal, de un proceso de fe y de una experiencia de vida animada por la espiritualidad franciscana. Profundamente humano, pone de relieve el camino del «pobre» que dice a Dios: «No entiendo. No tengo la inteligencia suficiente. No tengo el corazón suficientemente abierto. Enséñame» Establecer contacto con Dios es mejor que «saber» a Dios. Nos dice de dónde puede venir la felicidad y la paz. Centrado en la relación de Dios con el hombre y en el encuentro con Cristo, quiere ser testigo de la espiritualidad del deseo: deseo de vida, deseo del hombre por Dios y deseo de Dios de encontrar al hombre en una relación de amor.