Contemplar a María con Francisco de Asís
Francisco mira a María ante todo como la madre del Señor, la creyente, la que ha sido llamada a una maternidad divina cuyo origen y fundamento está en su relación obediente con la Palabra. Ella es madre de Jesucristo por ser la discípula fiel que escucha, acoge con fe y guarda las cosas que le han sido dichas de parte del Señor.
Francisco contempla a María como discípula y maestra, primer referente del caminar en la fe. Ella es la mujer que acoge, una persona como nosotros, hermana nuestra, pero también y sobre todo, la “llena de gracia” y “elegida” (ExhAd 4; SalVM); es la “hija y esclava” (OfP Ant) que escucha “esta Palabra del Padre (…) anunciada” (2CtaF 4). Por su acogida, docilidad y entrega, la aclama “esposa del Espíritu Santo”.
María es también aquella que, no solo acoge la Palabra, sino que la lleva en su corazón y en su seno, permanece en ella, la guarda cuidadosamente convirtiéndose así en “casa de Dios”, “vestidura suya”, “buena tierra” que recubre y viste amorosamente esta Palabra de la “carne verdadera de nuestra humanidad y fragilidad”. (SalVM; 2CtaF 5; RnB 22; CtaO 21; Adm 1, 16))
Finalmente, y ante todo, María es, para Francisco, aquella que pone en práctica la voluntad del Señor, que hace de su vida disponibilidad y obediencia, entrega del fruto de su vientre a la humanidad. “madre de nuestro santísimo Señor Jesucristo” y madre de su cuerpo que es la Iglesia hasta identificarse con ella, sigue siendo, para todos los discípulos, madre y referencia en el seguimiento de “su santísimo Hijo amado, Señor y Maestro” eligiendo vivir su mismo estilo de vida “pobre y huésped” (RnB 9, 5; “CtaF 4-5), acompañándole siempre y enseñando con su vida a reconocerle allí donde se encuentra, incluso bajo la más humilde de las presencias.
María, a la luz de los Escritos de Francisco, se revela como la mujer que, habiendo recibido la Palabra del Padre, responde obediente al envío confiado y comparte, al modo que le corresponde, la misión de su Hijo, y continúa desde el cielo intercediendo –madre siempre, siempre en misión– en favor de todos y siendo referencia de existencia cristiana.
¡Salve, Señora, santa Reina,
santa Madre de Dios, María,
virgen hecha Iglesia,
elegida por el santísimo Padre del cielo,
consagrada por Él con su santísimo Hijo amado,
y el Espíritu santo Defensor,
en ti estuvo y estátoda la plenitud de la gracia
y todo bien!
¡Salve, palacio de Dios!
¡Salve, tabernáculo suyo!
¡Salve, casa suya!
¡Salve, vestidura suya!
¡Salve, esclava suya!
¡Salve, Madre suya!
Y, ¡salve, todas vosotras santas virtudes,
que, por la gracia e iluminación del Espíritu Santo,
sois infundidas en los corazones de los fieles,
para hacerlos, de infieles, fieles a Dios! (SalVM).
Cf. Ser María, Mª Ángeles Gómez-Limón
Ediciones Franciscanas Arantzazu