Aceptar la tiniebla – Cuaresma franciscana
Desde el regreso de Francisco de Espoleto y su comparecencia ante el obispo, al final del invierno de 1206, se abre un nuevo periodo de gestación en su conversión. Es conducido a orar en su búsqueda de un absoluto, a identificar su deseo de servir a Dios y a realizar actos de ruptura.
… Lleno de un nuevo y singular espíritu, oraba en lo íntimo al Padre. tenía sumo interés en que nadie supiera lo que sucedía dentro. Solo con su Dios deliberaba sobre sus santas determinaciones. Sostenía en su alma una tremenda lucha. (1C 6)
Lo que se buscaba como refugio para meditar y retomar ánimos se transforma en un descenso interior difícil. Francisco quiere poseer el tesoro escondido, pero descubre el precio que tendrá que pagar. Descubre que vivir abiertamente para Dios es una elección exigente para él. Su desgarro interior es grande: no vislumbra ninguna salida en su ruta y se ve forzado a verificar la calidad de su corazón. La convalecencia y el fracaso de sus sueños le hacen ver las cosas de otra forma y provocan una llamada inusitada a favor de Dios.
Pero sus primeros pasos en la soledad aumentan su sordera y ceguera espirituales. Sabe a lo que tiene que renunciar, pero ignora la forma que tomará su vida de penitencia. Los textos insisten sobre el hecho de que su única ocupación era orar a Dios para ser iluminado sobre ese punto. La tiniebla viene de su deseo cada vez mayor de Dios en un corazón aún lleno de estorbos.
Después vienen las tentaciones, los “pensamientos contrarios”. Tendríamos que hablar de dudas y de resistencias frente al proyecto. Él debería saber, como buen caballero, que no hay tesoro ni noble causa que se gane sin la prueba del combate. El combate interior tiene lugar en la gruta. El enemigo está en él y coloca su voluntad propia en lucha contra la angustia y la muerte a sí mismo. la oscuridad y el frío de la gruta recuerdan la negrura y la desnudez del alma. ¿Qué hacer? ¿Volver a su modo de vida anterior o servir a Dios? ¿Estar dispuesto a arriesgar a la vista de todos o ceder al miedo alas críticas?
Ahí es donde interviene la visión amenazante de aquella vieja horrorosa jorobada:
“Había en Asís una mujer jorobada y deforme que el demonio traía a la memoria de Francisco en frecuentes apariciones, amenazándole con tocarle de la misma enfermedad que padecía esta mujer, como no renunciase a sus piadosos proyectos. Pero Francisco, como valiente soldado de Cristo, despreciaba las amenazas del diablo, penetraba en su gruta y se entregaba a la oración” (TC 12).
Francisco atraviesa una noche de verdad que lo obliga a mirarse en verdad.
Cf. Francisco de Asís y sus conversiones, Pierre Brunette
Ediciones Franciscanas Arantzazu, 2012